Porque este rincón fue tu olvido, mi olvido, el olvido

domingo, 24 de octubre de 2010

Marco Antonio a Cleopatra

Ya no soy romano, soy egipcio cuando duermo entre tus brazos, Cleopatra.
Ya pueden llamarme borracho, vanidoso, salvaje, oriental. Ya no soy Marco Antonio.
Yo, amante de tantas mujeres, caí en las mismas redes de Julio César y tus artes ancestrales me importan más que la guerra que tanto y tanto amé.
Has palpado en mi cuerpo las heridas, Cleopatra, y también los músculos que fuertes se han debilitado sobre tus lechos en otros combates menos sangrientos.
Adoro a tus dioses, compito en tus cacerías, ya sólo me resta morir contigo.
Para mí eres la Reina, de Egipto, de Roma, del orbe de los mortales.
En las aguas del Nilo no echo en falta las turbias aguas del Tíber; tus templos me sirven en mi humilde creencia y siento como un vago rumor los nombres de la Concordia, la Paz romana y la Libertad.
¿Cómo lo hiciste, Cleopatra? Yo venía para llevarte y lucirte en mi triunfo. Ahora el triunfo es tuyo y me luces ante tus súbditos: la dominación de Roma en la dominación de Antonio.
Ya pueden llamarme rudo, avaricioso, lascivo.
He olvidado cómo se maneja una espada y cómo se ajusta el yelmo a mi cabeza.
No te juzgo, Cleopatra, yo abandoné a los romanos y me nombré a mí mismo tu más leal egipcio.

Cleopatra a Marco Antonio

¿Cómo lo hice? Dudo. Creíste que yo te amaba y caíste en unas redes que a penas me había dado tiempo a tenderlas. Fue fácil y creí ciegamente que a mí el amor no me tocaría. Mi afán y deseo era quedarme sentada en mi trono de oro respaldada- ¡qué importaba eso!- por mil soldados de la lejana Roma. Fui lo que me llamaste en la audiencia del primer día, una niña ilusa, y ahora no estoy segura de si fui yo o fuiste tú quien tendió unas redes con la ayuda de ese dios al que llamáis Amor.
Te alzas sin vergüenza como mi más leal egipcio pero soy yo, Antonio, una reina y no un soldado, la que ha sucumbido por noches enteras a tus brazos romanos, los brazos del invasor de mis tierras. Ha sido la gran Cleopatra, de un país más antiguo que Roma, la que se ha enredado en sus propias trampas. ¡Qué astuta! Tan ilusa y tan niña como tú aquel primer día me juzgará, si me recuerda, la historia. Pero no ha de importarme. No, no ha de importarme, Antonio, si cada luna y cada sol me dices que las aguas del Nilo te bastan para olvidar al turbio Tíber y mis lechos orientales, los dulces almohadones importados de la corte Romana.
Sea, junto a ti, sierva de amor. Y si es lo último que nos queda, sit terra levis y dulce el veneno del áspid si son tus brazos los que me rodean.

Sandra López

jueves, 21 de octubre de 2010

A la Anodonta Aelia

En respuesta a un reto, con más o menos tino

Cuentan, Aelia, que de los cuatro que recuerdo
ninguno son los dientes que te quedan
saliendo ceceante la risa de tu boca.
Ay, Aelia, que estropeas la fórmula homérica:
«Las palabras de Aelia no sobrepasaron el vallar de sus dientes»

Sandra López

miércoles, 13 de octubre de 2010

Poesía Palatina

a, quotiens aliquem narravi potus amorem,
ad vulnus referens singula verba tuos,
indiciumque mei ficto sub nomine feci;
ille ego, si nescis, verus amator eram
(Ovidio, Heroidas, XVI)
Agarra firme el momento que veloz escapa, Heríode,
porque una vez que ha huido
gana en olvido
y fuerte aprieta este cuerpo que anhelante suplica.
Apuremos el vino, escanciemos en copas de oro nuestros besos,
no muera el momento.
Riega con fría agua esta boca que te ansía
y dime, dime que en este momento eres sólo mía.
Mía y de ese pecho que encendido late.
Besemos, amemos, vivamos,
que al morir este momento,
ambas moriremos.

Sandra López

martes, 12 de octubre de 2010

Invierno helado la retina en tu mirada
y tu mano un témpano de hielo que rompe
en dos el llanto cálido de una lágrima de amor.
Frío amanecer sin rocío tus labios mudos y sin besos,
presos de las entrañas muertas de un cansancio que da miedo.
Quizá no miente. No mentira, surrealismo del bolígrafo
que a ti trae entre unas hojas que después, despacio, romperé.
Ya no es poema, es fría niebla, espesa espuma
de ola sola; temblor trémulo y candente por el hielo
que tus huesos cubre. A ti nieve blanca, dura, helada,
en que mis pies no dejan huella.
Fría. Frío. Helado.

Sandra López

domingo, 10 de octubre de 2010

Heríode

Escondida anda Heríode que al mercado tampoco acude
y solícita no se presta a la blanda cera de mis cartas.
Pero su rostro sigue siendo de plata
y sus manos de oro puro,
aunque ahora en mi mente estén grabadas.
Los Eros de mármol se han amotinado,
ejército del amor, porque no tienen destinatario
y Cipris burlada se siente porque ella, diosa,
tampoco te halla.
Helios se oscurece en mi retina
o los caballos de Febo pastan cansados.
No veo. ¿Dónde te encuentras, tierna Heríode?
Esta ciudad enemiga es tan grande y tú tan delicada.
Que se me reproche que te dejé marchar,
mas que me concedan que tú te has ido


Sandra López