Porque este rincón fue tu olvido, mi olvido, el olvido

viernes, 31 de diciembre de 2010

Pero es tanto el vacío
Para mis pequeñas: Raquel y Naomi

Por su bien el adiós has elegido
aunque el amor esas razones no comprenda
y el recuerdo se haga fuerte
en cada una de las parcelas de la mente.
En tu llanto van implícitas, Raquel,
las carencias que tú hiciste desaparecer
(es importante que siempre lo recuerdes);
y si su rostro la sonrisa permitiera,
ésta sería en agradecimiento su regalo.
Guarda su tierno gesto en tu recuerdo,
concédele a su tierna mirada
un lugar de privilegio,
y cuando su ausencia empañe tus ojos,
revive la felicidad, la única,
que vino acompañada de tus brazos;
cuando aliviábamos la picazón de sus orejas
o su respiración acompasada cada noche.
Trae al pensamiento su mejora,
gracias a ti, su nodriza,
y cuando te digas «pero es tanto el vacío»,
contéstate, decidida, con el vacío que llenó ella
y el inmenso vacío que le llenaste tú

Sandra López

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Damnatio memoriae

Tú puedes dañar mi memoria, tienes el poder,
borrando mi nombre en las estelas,
en los cuadernos, en mis mensajes.
Puedes herirme, quizá, en tu pensamiento
mientras se desvanecen las letras de mi nombre.
Puedes engañarme con falsas tapaderas,
recubrirlas de inocencia y dormir tranquila.
Y puedes, aún más, engañarte
viéndome empequeñecer en tus recuerdos.
Como quieras, tuyo es el poder.
Pero de engaños y mentiras no se nutre la distancia
y siempre quedará mi esencia en los días venideros,
sin nombre, sin voz, como un ente invisible que te acompaña
alzándose por momentos en el centro de tu memoria.
No grites, ni te asustes:
ahí reside la esencia de mi mayor recuerdo.

Sandra López

sábado, 11 de diciembre de 2010

Zamorana

Alguién podrá juzgar que carezco de maneras
y de la sutileza que da, tal vez, el estudio prolongado.
Que soy brusca en mi tratar
y que mi habla tiene un deje que han rastreado observadores
en mis nietas más queridas.
Mi sentimiento religioso me ha otorgado unos valores
y unas creencias difíciles ahora de cambiar,
pero es justo cuando dicen, y me lo aplican,
que “mal duerme quien bien ama”,
pues noches en vela me paso pensando
si todos, mis todos, en sus quehaceres están bien.
Hay aspectos de esta modernidad que me escandalizan
pero también soy comprensiva cuando con argumentos
explican las cosas que cuando era joven se callaban.
Si fuera para mi familia un color, sería el verde:
verdes son mis comentarios, verdes son mis chistes,
y verdes juzgan que son algunos juegos de mi infancia
(el “pil y pisante” a la mente se me viene)
cuando puedo jurar, aunque verde sea, que no es así,
que era juego inocente.
Castellana vieja soy, de doña Urraca, de su tierra
y mi vida es una vida dura que evoco con cariño
bajo la atenta mirada de mis nietas, mi hija y su marido,
que aprenden en mis arrugas lo que la historia
oculta en algunos de sus giros: la guerra, el hambre…
No soy extraordinaria, sí cosmopolita de esta España
que me ha hecho conocer a mucha gente.
Mas mi patria es zamorana, como zamorano es mi carácter,
zamorana mi voz y mis maneras, zamorano mi aliento
y zamorano el vocabulario que atraería a los lingüistas.
Y hoy, en este 2010 que se aleja
soy madrileña de adopción y con orgullo,
mas todos saben que zamoranos son mis pensamientos
y cuando Dios tenga a bien llevarme de su mano,
zamorana será la herencia que aquí deje



Sandra López

domingo, 5 de diciembre de 2010

Exposición

A vosotros, porque, aunque a veces no es gracioso, os reiréis

¿Dónde está la salida? ¿y el escarabeo?
¿y la audioguía?
Mil preguntas nos asaltan por el dichoso Tutankhamón.
Y un niño berrea, y un caballero traspasa la cortina por arte de magia;
mil pares de pies se tropiezan en la entrada,
(Bendito Tutankhamón en tu tumba bien dorada),
y la pistola a la luz del sol no funciona.
«Por enésima vez, les digo, que no se puede comer,
beber, las fotos sin flash, y la exposición
en la piedra esa, ¿la ven?, comienza»
¿Y se puede respirar? ¿Y si la momia se levanta?
«No corráis»; «No me toquéis… la arena y…
¡Señora, por ahí no se sale!»
Qué estrés, rotamos; visita con guía; otra vez:
«Como usted quiera»; «¡Qué se le va a hacer!»;
«Por favor, relájese»; y 327 hojas de reclamación.
Madre, una hora.
Se quitan las catenarias, se abre la cortina,
se acabó la exposición…
(por hoy)

Sandra López

viernes, 3 de diciembre de 2010


Periplo odiseico

A una distancia cósmica de tus ojos verdes circundados de leche, la vieja estirpe de las Euménides azota mis sentidos y el vértice final de la vida gime desde el fondo de su  cueva fantasmal.
No he conseguido nada subiendo mi mirada desde tus caderas ni jugando con los pliegues de mi vestido pintado de púrpura. Mis cabellos en la sombra me recuerdan a la terrible Gorgona que sigue latiendo en mi pecho sintiendo aún, en espera de Perseo, su corazón, el mío.
Y es una distancia sembrada de estrellas fugaces y nubes que lloran amargando, inundando cada lago, nublando cada luz palpitante de un sol abrasador.
Nada ha sido, la nada ha sido el puerto de embarque, el puerto en el que amarró mi barco navegando a la deriva en el extensísimo océano de mi conciencia. ¡Una isla!... un espejismo y de nuevo el silencio susurrando silbidos de sonora sonrisa… Alguien ama a lo lejos y a lo cerca…
Disperso los sueños, los esparzo, los reparto. Bonito vaivén de deseos, bonito destino encerrado, bonito fin de mi peregrinar incierto.
Un barco pirata ataca mi flota repleta de hoplitas, y de centauros, derriban mi mástil con mi sábana blanca y el cofre pandórico lo dejan al descubierto: no hay oro, no hay monedas, no hay nada.
Oigo sus cantos, pero no me envuelven. Oigo el chocar contra mi barco que, finalmente, cae del extenso mar.
Un distancia atlántica que me abriga hasta las orejas.
Nada es la respuesta a todas tus preguntas. Nada es la razón, nada la pureza, nada la mentira, nada tú, nada yo tampoco, incluso menos. “La nada nace de la nada”.
Agonizante un suspiro alado abandona un cuerpo cercano; una mano toca la lira a escasos centímetros de mis manos; una ilusión acaba de resquebrajarse en el principio de los tiempos inmemoriales. Un exorcismo echa a un demonio; una epilepsia acoge a un dios y Pan me sorprende en el clímax de la siesta.
Borreguiles infantes e infantas “bebean” al compás del trombón vocal de un pastor-cabra y a lo lejos unas muchachas penetran en el agua, pero…
Encadenada a una roca de nada me sirvieron tus fábulas con sus personajes animales: la hormiguita, el gorrión, el burro y el erizo. ¿Y el búho insomne?
Corta la distancia estrecha, gruesa la distancia larga: la clepsidra sigue perdiendo agua, el mar océano la gana.
Una barquichuela aventurera, un Heracles guapetón y las hojas de una Yolé enamorada. Desembarca el apuesto: apuesto dinero a que le faltan ilusiones.
Arranca unas hierbas, escupe su chicle, se limpia los dientes: más de campo que el pastor con sus ovejas.
Una lapa a mi lado me guiña un ojo: hoy al menos he ligado. No está mal, mejor lapa pegada que Odiseo perdido (perdón, aventurero)
A la nada me mandaste. La nada me pediste que buscara, y sé que los pretendientes asolan mi palacio, gastan mi dinero, cortejan a mi Penélope.
¡Volveré! (como quien dice “moriré”: no sé cuándo, ni cómo, ni con quién…)


Sandra López
Hace siglos...

martes, 23 de noviembre de 2010

¿Un «adiós»?

A Ana Y. Ortega, porque me juzgaste acertadamente de fiel

Al menos un “adiós”, por la despedida.
¿O cierras con atronador portazo
esta puerta a ti abierta sin aldaba?
Sostengo aún los marchitos jazmines
que adornaban la corona de tus sienes, Ana,
y el Eros ebrio de un funesto banquete
cuenta los pétalos de rosa sin su aroma.
Que he intentado hallar el motivo
de tu huida, de tu silencio, de este vacío,
porque todos alguna vez hemos pecado
pero nunca en el abandono hemos caído.
¿Un “adiós” me niegas? ¿Con un mudo “ahí te quedas”
he de contentarme aunque en nada quede
algún momento feliz que pasamos?
Fue profética la musa cuando escribió
que tu foto quedaría desgastada por el uso,
que mis cristalinos ojos se quebrarían sin tu presencia
y en alguna ocasión callaría mi voz.
Mas no halles ofensa en mis palabras, Ana,
pocos como tú escucharon en verso mi voz.
Y al fin aquí evoco tus más sensatas palabras
(atiéndelas bien, ya sea por última vez):
«hay cosas, Ana, hay cosas que no se olvidan»


Sandra López

jueves, 11 de noviembre de 2010

Insistente

A Cristina Palacín, porque dije que lo haría

Una y otra vez. Una y otra vez
la mosca choca insistente con el cristal
de mi ventana y su zumbido es un lamento
que encoge mi alma en un suspiro.
¿Cuántas veces habré chocado yo
con el duro cristal de un corazón
y mi zumbido ha sido queja frente a puertas
de hierro, de piedra, impertérritas?
Insistente una y otra vez se golpea
la mosca que escapa de mis manos,
a la que no cazan los periódicos,
la que vuela veloz bajo cualquier movimiento.
Yo me compadezco, no puedo escuchar
ese lastimero zumbido.
Está abierta la otra pero yo te abro
esa hoja de la ventana y vuela feliz
fuera de casa e insistente, una y otra vez,
no lo intentes. Mas una pregunta se apodera
en mi mente que golpea, ¿cuántas veces, decidme,
cuántas veces como locos golpeamos los cristales
de puertas y ventanas que nos han cerrado?


Sandra López

martes, 9 de noviembre de 2010

Tus favores

A Christian Sevillano,
porque andamos dando trabajo a las Musas

Pido hoy tus favores, Alcínoe, con mansa costumbre
echando el freno a este corcel que se dispara
al galope desenfrenado que no para.

Está bien. De mansa el tono mudo
y pasional en mis manos cada verso
irrumpe -es él, yo no lo invierto-,

coreuta de una danza del espartano Alcmán
con los sones de las Pléyades de Safo
y un gusto por el amor contemporáneo.

Paso a la súplica, Alcínoe, de tus besos,
desviando la mirada de tus ojos claros
a los labios que humedeces cuando hablas.

¿Y que no te escucho, dices?
¡Y quién pudiera hacerlo!
Cuando sobre los tuyos mis labios evoco.

Lo sé, lo sé, lo sé, y me culpo por ello,
porque de la mansedumbre a ladrona me he tornado,
robando al aire tus suspiros como besos,
porque tú –no eres culpable-, no me concedes tus favores

Sandra López

viernes, 5 de noviembre de 2010

La inspiración hecha carne

A Diego Román

He aquí, amigo, que la inspiración se hace carne,
una vez más, carne de mujer,
y la Musa muda feliz su semblante.
¿Por qué? ¿Dónde dirijo mis versos?
Parece que cada vez a campañas más arduas.
¿Por qué? ¿Por qué?
Mi Musa se torna antojadiza y caprichosa.
Sí, yo sierva de queja y obediencia.
Dime, ¿tu Musa se comporta así?
Yo no sé, pero donde me manda,
bajo el yugo de su ministerio,
sin una palabra me dirijo.


Sandra López

martes, 2 de noviembre de 2010

Ojos verdes y serenos

A P. M. P y a los Grandes de Tutankhamón,  
por la inspiración

¿Una carta de amor me pides, ojos verdes y serenos?
¿Una sensual aportación al eterno género epistolar?
¿Con encabezamiento «A una Princesa»
y de cierre un «Te quiero»?
¿Con suspiros entre renglones y ayes salpicando
de melancolía tu dura ausencia?
¿Y quieres, ojos verdes y serenos, que aquí y allá
te interpele, palomilla veloz entre palabras,
intercalando tu nombre?
Dime, ¿qué más quieres?
De lo que pides ciento tengo escritas.
Mas pide, ojos verdes, pide,
porque cuanto pidan tus labios
por mis manos te será cedido

Sandra López

domingo, 24 de octubre de 2010

Marco Antonio a Cleopatra

Ya no soy romano, soy egipcio cuando duermo entre tus brazos, Cleopatra.
Ya pueden llamarme borracho, vanidoso, salvaje, oriental. Ya no soy Marco Antonio.
Yo, amante de tantas mujeres, caí en las mismas redes de Julio César y tus artes ancestrales me importan más que la guerra que tanto y tanto amé.
Has palpado en mi cuerpo las heridas, Cleopatra, y también los músculos que fuertes se han debilitado sobre tus lechos en otros combates menos sangrientos.
Adoro a tus dioses, compito en tus cacerías, ya sólo me resta morir contigo.
Para mí eres la Reina, de Egipto, de Roma, del orbe de los mortales.
En las aguas del Nilo no echo en falta las turbias aguas del Tíber; tus templos me sirven en mi humilde creencia y siento como un vago rumor los nombres de la Concordia, la Paz romana y la Libertad.
¿Cómo lo hiciste, Cleopatra? Yo venía para llevarte y lucirte en mi triunfo. Ahora el triunfo es tuyo y me luces ante tus súbditos: la dominación de Roma en la dominación de Antonio.
Ya pueden llamarme rudo, avaricioso, lascivo.
He olvidado cómo se maneja una espada y cómo se ajusta el yelmo a mi cabeza.
No te juzgo, Cleopatra, yo abandoné a los romanos y me nombré a mí mismo tu más leal egipcio.

Cleopatra a Marco Antonio

¿Cómo lo hice? Dudo. Creíste que yo te amaba y caíste en unas redes que a penas me había dado tiempo a tenderlas. Fue fácil y creí ciegamente que a mí el amor no me tocaría. Mi afán y deseo era quedarme sentada en mi trono de oro respaldada- ¡qué importaba eso!- por mil soldados de la lejana Roma. Fui lo que me llamaste en la audiencia del primer día, una niña ilusa, y ahora no estoy segura de si fui yo o fuiste tú quien tendió unas redes con la ayuda de ese dios al que llamáis Amor.
Te alzas sin vergüenza como mi más leal egipcio pero soy yo, Antonio, una reina y no un soldado, la que ha sucumbido por noches enteras a tus brazos romanos, los brazos del invasor de mis tierras. Ha sido la gran Cleopatra, de un país más antiguo que Roma, la que se ha enredado en sus propias trampas. ¡Qué astuta! Tan ilusa y tan niña como tú aquel primer día me juzgará, si me recuerda, la historia. Pero no ha de importarme. No, no ha de importarme, Antonio, si cada luna y cada sol me dices que las aguas del Nilo te bastan para olvidar al turbio Tíber y mis lechos orientales, los dulces almohadones importados de la corte Romana.
Sea, junto a ti, sierva de amor. Y si es lo último que nos queda, sit terra levis y dulce el veneno del áspid si son tus brazos los que me rodean.

Sandra López

jueves, 21 de octubre de 2010

A la Anodonta Aelia

En respuesta a un reto, con más o menos tino

Cuentan, Aelia, que de los cuatro que recuerdo
ninguno son los dientes que te quedan
saliendo ceceante la risa de tu boca.
Ay, Aelia, que estropeas la fórmula homérica:
«Las palabras de Aelia no sobrepasaron el vallar de sus dientes»

Sandra López

miércoles, 13 de octubre de 2010

Poesía Palatina

a, quotiens aliquem narravi potus amorem,
ad vulnus referens singula verba tuos,
indiciumque mei ficto sub nomine feci;
ille ego, si nescis, verus amator eram
(Ovidio, Heroidas, XVI)
Agarra firme el momento que veloz escapa, Heríode,
porque una vez que ha huido
gana en olvido
y fuerte aprieta este cuerpo que anhelante suplica.
Apuremos el vino, escanciemos en copas de oro nuestros besos,
no muera el momento.
Riega con fría agua esta boca que te ansía
y dime, dime que en este momento eres sólo mía.
Mía y de ese pecho que encendido late.
Besemos, amemos, vivamos,
que al morir este momento,
ambas moriremos.

Sandra López

martes, 12 de octubre de 2010

Invierno helado la retina en tu mirada
y tu mano un témpano de hielo que rompe
en dos el llanto cálido de una lágrima de amor.
Frío amanecer sin rocío tus labios mudos y sin besos,
presos de las entrañas muertas de un cansancio que da miedo.
Quizá no miente. No mentira, surrealismo del bolígrafo
que a ti trae entre unas hojas que después, despacio, romperé.
Ya no es poema, es fría niebla, espesa espuma
de ola sola; temblor trémulo y candente por el hielo
que tus huesos cubre. A ti nieve blanca, dura, helada,
en que mis pies no dejan huella.
Fría. Frío. Helado.

Sandra López

domingo, 10 de octubre de 2010

Heríode

Escondida anda Heríode que al mercado tampoco acude
y solícita no se presta a la blanda cera de mis cartas.
Pero su rostro sigue siendo de plata
y sus manos de oro puro,
aunque ahora en mi mente estén grabadas.
Los Eros de mármol se han amotinado,
ejército del amor, porque no tienen destinatario
y Cipris burlada se siente porque ella, diosa,
tampoco te halla.
Helios se oscurece en mi retina
o los caballos de Febo pastan cansados.
No veo. ¿Dónde te encuentras, tierna Heríode?
Esta ciudad enemiga es tan grande y tú tan delicada.
Que se me reproche que te dejé marchar,
mas que me concedan que tú te has ido


Sandra López